Ilustracion para La Torre de Rodrigo Cicatrices




Bosquejo


De Rodrigo Cicatrices

La torre queda en medio de un vastisimo continente poblado solo por rocas grises y filosas. No crece una planta, un arbol, no se ven animales de ningun tamaño, ni aves, ni perros, ni gente. Nada.

Entro por el primer piso. Entiendo que  se yergue hacia arriba unos trescientos metros, altura titanica si me lo preguntan, y que hacia las entrañas de la tierra se hunde, por lo menos, otros tantos. Nadie conoce a ciencia cierta que tan profunda es.

Afuera hace frio. El gris del paisaje, de manera opresiva, depresiva, aterradora y triste, se funde con otro gris, mas oscuro, que proviene del cielo. Franqueo el umbral. Adentro es distinto. Adentro hace calor, no sofocante sino una frescura agradable y tibia que permite quitarse la chaqueta, el gorro y los guantes y sentirse en comodidad.

Afuera aulla el viento al chocar contra los diversos angulos que ofrecen las rocas, adentro un agradable silencio apacigua el alma y en el fondo se escucha el delicioso crepitar de una fogata desconocida.

Los espacios son amplios, bien iluminados, y alli donde la escasa luz natural del exterior no alcanza, se encuentran dispuestas habiles combinaciones de fuego y energia electrica que dan siempre un ambiente acogedor al visitante.

Para ascender, o descender, se hace uso de una unica escalera en espiral ubicada en todo el centro de la torre. Esta escalera es ancha, lo suficiente como para que subieran diez o doce adultos uno al lado del otro, sin embargo no tiene baranda y en caso de caer, un abismo insondable, a manera de eje rector del caracol, seria el destino cierto del desdichado tropezador.

Juego en los peldaños, tomo impulso y salto de un extremo a otro, superando la distancia del vacio infinito. Juego confiado y exploro los cuartos que en cada nivel encuentro.

Asciendo.

Tomo un descanso de mis hazañas de cabrita loca y observo el panorama desde una habitacion que parece ser un estudio.

Tiene una ventana cuadrada enorme, por lo menos de cuatro metros de lado. Un vidrio grueso soporta valientemente el embate del viento sin rajarse y en el techo hay un ojo de buey.

La vista es esplendida y desoladora. Calculo estar a unos doscientos metros de altura. Puedo ver todo el panorama hasta mas alla de donde los ojos fallan y convierten todo en una confusa suma de puntos de un mismo color.

Nada.

Metros y metros de nada.

Solo piedras grises. Miles, millones, miles de millones. Para donde se mire solo se ven piedras grises.

Desolador y hermoso.

Nada se mueve. Solo el viento.

Hay una alegria profunda que se siente al poder ver correr libre a ese caballo salvaje que es el aire. Poder dedicar toda la atencion a intuir sus giros, sus convulsiones y sus asombrosas lineas rectas, sin la distraccion de ningun otro movimiento. Verlo a sus anchas. Raudo, sin oposicion.

Y esa noche. Esa noche gris que todavia no es noche sino que parece mas bien un dia cargado de lluvia generosa. Una negrura intestinal, irregular, a punto de estallar.

Escucho la explosion en la nube. Se desata el chubasco.

El agua cae en gotas gruesisimas que golpean el cristal como si fueran bolas de billar. Su numero es tan extenso que pronto su coro resulta ensordecedor.

Me retiro un poco hacia el fondo del estudio donde me encuentro. Me siento como en el taller abandonado de un maestro. ¿un escultor? ¿un pintor?

Busco la parte mas silenciosa, la menos invadida por el caer del agua, y a manera de experimento, digo en voz alta

"Lluvia"

Nada suena.

Vuelvo e intento, esta vez mas alto

"LLUVIA"

y nada sigue sonando.

¿Que pasa? he puesto las palabras ahi, en mi garganta, donde se dice que deben sonar y aunque siento mis musculos contraerse y estirarse para lograr la tarea, mis oidos no perciben nada.

Que maravilla! Debo gritar casi hasta enronquecer para poder superar el fragor de la lluvia.

Es imposible no sentirse pequeño, deliciosamente pequeño ante un espectaculo tan poderoso. Me tapo los oidos con las manos para no ensordecer por el continuo repicar de las mil bolas de billar. Vuelvo a la ventana decidido a deleitarme. El miedo crece, me siento vulnerable, indefenso.

Caen rayos, luego suenan los truenos. Los rayos, prodigiosos y hermosos, parecieran partir el cielo en dos. Toman forma de grieta luminosa y su luz es tan potente que duele mirar.

Belleza y miedo. Siempre ha sido asi.

De repente empieza a soplar mas duro. Lo se porque el grueso cristal empieza a bailar. Se sacude y la violencia de su danza me hace retroceder.

En  cuestion de segundos el grito del viento supera en potencia a las voces del agua y el cristal que me protegia se hace añicos. Corro hacia el interior de la torre, hacia la espiral de la muerte, buscando cobijo. Con el rabillo del ojo veo como son arrancados, sin esfuerzo y por mano invisible, los muros, los pisos y los techos tras de mi.

Bajo a toda velocidad con la esperanza de encontrar un refugio en los niveles subterraneos. Mi corazon late con tal vehemencia que temo morir de un infarto antes de que la tormenta me toque. Lloro de miedo.

Oigo una rajadura ocurrir a mis espaldas. Es un sonido contundente, preciso y contra el que no hay argumento que valga.

Giro, sin dejar de correr, la cabeza para ver.

La escalera.

La escalera ya no es escalera. El viento se la comio.

Y entonces me detengo.

Dejo de llorar y me siento tranquilo.

Es el fin del mundo.

Comentarios

  1. Fabulosa pintura, excelente representación de un inquietante cuento. Felicitaciones a los autores de ambas expresiones.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias Gamuza, si, es un cuento inquietante pero fue divertido imaginarse como representar esa inquietud.

      Borrar
    2. Gracias gamuza.

      Borrar
  2. Si alejandra, le pego. Me encanta la distribucion laberintica del dibujo. En eso estaba pensando.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Deja tu gota de agua aquí.

Entradas más populares de este blog

La bicicleta roja